Blasie
Violetta siempre había querido ser veterinaria. Desde el jardín de infancia, recordaba haber exclamado "Veterinaria!" en su turno cuando la profesora les preguntaba qué querían ser de mayores. A sus padres, típicos ejemplares desalmados de ciudad, no les gustaban los animales, pero ella había conseguido que le dejaran tener mascotas "menores": hamsters, galápagos, un periquito con un trastorno antisocial, gusanos de seda (que duraron en casa el tiempo exacto en el que su madre llegó a comprender plenamente lo que significaba tener gusanos-en-casa-dentro-de-casa-gusanos-gusanos-gusanos). Pasaron los años y Violetta adornaba su carpeta con fotos de perros, caballos y gatitos. Rogaba para que sus padres la llevaran a ver granjas. Cumplió los 17 y le dejaron tener una gata siamesa que le regalaba su vecina. Cuando fué el momento de ir a la universidad, Violetta había sacado siempre muy buenas notas, y dio el gran paso: se matriculó en Veterinaria, en contra de la opinión de su padre, que quería que estudiara Ingeniería de Telecomunicaciones, para ser rica como él, y de la opinión de su madre, que quería que estudiara Derecho para ser una esposa trofeo como ella.
Pasó el primer curso con notas admirables, y llegó el verano. Violetta había hecho algunas amigas con las que tenía una gran afinidad: iban a exposiciones caninas, ferias de ganado, a montar a caballo... Decidieron que tenían que irse todas juntas a la playa ese verano en agosto. Violetta pidió un poco de dinero a sus padres, pero pensó que quizás podía trabajar en algo para tener álgo más. Buscó en el periódico, pero como no quería ser teleoperadora ni prostituta, empezó a perder la esperanza. De repente un anuncio relumbró entre los otros "SE BUSCA AYUDANTE EN PELUQUERIA CANINA, no se requiere experiencia".
Bertha regentaba desde hacía 15 años su peluquería canina. Durante los últimos años había contado con la ayuda de su exnovia Susanna, pero ahora ella se había fugado con una sudamericana negra y fea con el pelo más corto y los pantalones más altos de lo que Bertha los había llevado jamás (y eso que siempre había presumido de macho alfa). Su peluquería seguía funcionando tan bien como siempre, por lo que el volumen de trabajo era excesivo. Había entrevistado a varios candidatos a ayudantes, pero eran desastrosos. Por eso , cuando entró por la puerta una joven, tímida y elegante estudiante de veterinaria, con su melena castaña, su raya a un lado y su diadema, y su vestido "soy una niña buena" de tul plisado de Viktor & Rolf color lavanda, pensó que era justo lo que necesitaba a su lado el resto de su vida. Se pasó la mano por su pelo casi rapado, se colocó la camisa de cuadros y la contrató casi al instante.
"Lo primero que debes saber es que tienes que ser autoritaria. Los perros tienen que saber que tu eres el jefe. Si no no esperes que se dejen bañar: no les gusta y no eres su dueño. Mira:" dijo Bertha remangandose la camisa y mostrándole una horrible cicatriz cerca de la axila " Esto es de un golden retriever" Violetta no podía imaginarse al perro de scottex en plan Cujo, se estremeció. También le hacía estremecer el lugar donde se bañaban los perros, una mezcla insana entre sala de interrogatorios y duchas de una carcel. Iluminado escasamente por un fluorescente, cubierto de baldosas blancas hasta en el techo, una manguera, garrafas industriales de champú canino, y una mesa de quirófano llena de cepillos, peines, extrañas hoces afiladas "para abrir los nudos: cuida de no cortarles", tijeras de varias longitudes, cortauñas...
Al día siguiente empezaron el trabajo. Violetta tenía problemas con la autoridad. Se emocionaba tanto jugando con los perros que estos a los dos minutos la consideraban muy muy por debajo del puesto que ocupaban ellos en la piramide social. La gruñían, se le meaban encima si eran pequeños cuando los cogía, se revolvían histéricos... sin embargo Bertha era un general prusiano. Lanzaba gritos tan fuertes e impactantes que los perros se quedaban congelados en el acto. Violetta sentía una mezcla de respeto y miedo, y sentía que ella nunca podría conseguir que los animales la obedecieran.
Lo cierto es que no le gustaba mucho el trabajo, aunque Bertha le pagaba extrañamente bien. Como le había avisado, a los perros no les gustaba nada ser acicalados, sobretodo porque era inevitable no hacerles bastante daño. Especialmente a los perros pequeñois de pelo largo: tenían que sufrir un auténtico calvario cada semana para ser lavados, desenredados, estirados y secados. A veces los lavaban con agua helada "Es bueno para el pelo" decía Bertha. Luego los secaban implacablemente poniendo el secador directamente encima del perro durante mucho rato "El pelo debe estar casi ardiendo si quieres alisarlo, Violetta. AHORA!!! ESTIRA! ESTIRA DEL PELO! MAS FUERTE!" Parecía increible que la vieja yorkshire terrier hubiera logrado ser tan longeva. Después de una hora de torturas constantes sobre un animal de 4 kilos, le ponian perfume, un lazo, la sacaban de ese set de snuff movie y se lo devolvían a su arrogante dueña.
"A quien tenemos hoy para lavar, Violetta?" "Hummm, un westhighland terrier, lavar y cortar. Se llama Blasie" Bertha se quedó muy seria:" Violetta, Blasie es un perro imposible de controlar: hoy quiero que seas muy autoritaria". A las cuatro vino una familia con Blasie. Blasie era monísimo, blanco inmaculado y estúpido. Entró en la tienda y empezó a correr por todos sitios, ladrando, con la lengua fuera y mirando todo con sus ojos negros, redondos y vacios. "Blasie, no, Blasie, sientate, Blasie, quieto" decian sus dueños desganados...Blasie nunca estuvo educado ni nunca lo estaría, primero porque nadie lo había intentado y segundo porque era completamente imbécil: su asombroso pedigree se había logrado con cruces consanguíneos que harían ruborizar a la familia romana imperial más depravada. Por supuesto en cuanto lo vio, Violetta se arrodilló para jugar con él. Blasie se le subió al regazo lamiéndola y haciéndole un montón de daño con las uñas. Luego se meó en el suelo. "Ohhhh!" dijo Violetta "pobrecito, está nervioso!"
Pero Blasie ERA nervioso. Era un ser dominado por impulsos y respuestas nerviosas incontrolables. No entendía ninguna orden. Solo bañarlo fue un suplicio difícil de describir. Violetta empezó a cogerle manía y sentía una frustración creciente. Bertha tampoco lo estaba pasando bien. Ese perro siempre daba problemas, ella no paraba de lanzarle fuerte berridos, pero parecía que los gritos formaban parte del caótico mundo interior de Blasie. Las dos estaban completamente empapadas: había conseguido escaparse dos veces, correr con la lengua fuera chorreando por toda la habitación y tirar el carrito con los los peines. Bertha se había torcido el pie resbalando al intentar atraparlo. Violetta ni lo intentaba. Se quedaba inmovil e impotente con los ojos arrasados y su bonita melena lisa completamente mojada. Lograron aclararlo, ponerle suavizante y volverlo a aclarar. Pero cortarle el pelo fue un poema. Había que inmovilizarlo completamente como si el animal estuviera poseido por todos los demonios del infierno. "Vale Violetta, ya queda menos, voy a recortarle el pelo de la boca. SUJETALE LA CABEZA BIEN FUERTE." dijo Bertha cogiendo unas largas tijeras de acero.
Violetta le sujetó la cabeza con rabia. Sentía un gran odio hacia ese estúpido perro. Sujetaba el cuerpo entre los muslos. Blasie, o sus patas, imparables, intentaban escarbar en el suelo. Pero la cabeza estaba firmemente sujeta. Por unos segundos se quedó inmovil. Bertha comenzó a recortarle el pelo alrededor de la boca.
Violetta siempre había querido ser veterinaria. Desde el jardín de infancia, recordaba haber exclamado "Veterinaria!" en su turno cuando la profesora les preguntaba qué querían ser de mayores. A sus padres, típicos ejemplares desalmados de ciudad, no les gustaban los animales, pero ella había conseguido que le dejaran tener mascotas "menores": hamsters, galápagos, un periquito con un trastorno antisocial, gusanos de seda (que duraron en casa el tiempo exacto en el que su madre llegó a comprender plenamente lo que significaba tener gusanos-en-casa-dentro-de-casa-gusanos-gusanos-gusanos). Pasaron los años y Violetta adornaba su carpeta con fotos de perros, caballos y gatitos. Rogaba para que sus padres la llevaran a ver granjas. Cumplió los 17 y le dejaron tener una gata siamesa que le regalaba su vecina. Cuando fué el momento de ir a la universidad, Violetta había sacado siempre muy buenas notas, y dio el gran paso: se matriculó en Veterinaria, en contra de la opinión de su padre, que quería que estudiara Ingeniería de Telecomunicaciones, para ser rica como él, y de la opinión de su madre, que quería que estudiara Derecho para ser una esposa trofeo como ella.
Pasó el primer curso con notas admirables, y llegó el verano. Violetta había hecho algunas amigas con las que tenía una gran afinidad: iban a exposiciones caninas, ferias de ganado, a montar a caballo... Decidieron que tenían que irse todas juntas a la playa ese verano en agosto. Violetta pidió un poco de dinero a sus padres, pero pensó que quizás podía trabajar en algo para tener álgo más. Buscó en el periódico, pero como no quería ser teleoperadora ni prostituta, empezó a perder la esperanza. De repente un anuncio relumbró entre los otros "SE BUSCA AYUDANTE EN PELUQUERIA CANINA, no se requiere experiencia".
Bertha regentaba desde hacía 15 años su peluquería canina. Durante los últimos años había contado con la ayuda de su exnovia Susanna, pero ahora ella se había fugado con una sudamericana negra y fea con el pelo más corto y los pantalones más altos de lo que Bertha los había llevado jamás (y eso que siempre había presumido de macho alfa). Su peluquería seguía funcionando tan bien como siempre, por lo que el volumen de trabajo era excesivo. Había entrevistado a varios candidatos a ayudantes, pero eran desastrosos. Por eso , cuando entró por la puerta una joven, tímida y elegante estudiante de veterinaria, con su melena castaña, su raya a un lado y su diadema, y su vestido "soy una niña buena" de tul plisado de Viktor & Rolf color lavanda, pensó que era justo lo que necesitaba a su lado el resto de su vida. Se pasó la mano por su pelo casi rapado, se colocó la camisa de cuadros y la contrató casi al instante.
"Lo primero que debes saber es que tienes que ser autoritaria. Los perros tienen que saber que tu eres el jefe. Si no no esperes que se dejen bañar: no les gusta y no eres su dueño. Mira:" dijo Bertha remangandose la camisa y mostrándole una horrible cicatriz cerca de la axila " Esto es de un golden retriever" Violetta no podía imaginarse al perro de scottex en plan Cujo, se estremeció. También le hacía estremecer el lugar donde se bañaban los perros, una mezcla insana entre sala de interrogatorios y duchas de una carcel. Iluminado escasamente por un fluorescente, cubierto de baldosas blancas hasta en el techo, una manguera, garrafas industriales de champú canino, y una mesa de quirófano llena de cepillos, peines, extrañas hoces afiladas "para abrir los nudos: cuida de no cortarles", tijeras de varias longitudes, cortauñas...
Al día siguiente empezaron el trabajo. Violetta tenía problemas con la autoridad. Se emocionaba tanto jugando con los perros que estos a los dos minutos la consideraban muy muy por debajo del puesto que ocupaban ellos en la piramide social. La gruñían, se le meaban encima si eran pequeños cuando los cogía, se revolvían histéricos... sin embargo Bertha era un general prusiano. Lanzaba gritos tan fuertes e impactantes que los perros se quedaban congelados en el acto. Violetta sentía una mezcla de respeto y miedo, y sentía que ella nunca podría conseguir que los animales la obedecieran.
Lo cierto es que no le gustaba mucho el trabajo, aunque Bertha le pagaba extrañamente bien. Como le había avisado, a los perros no les gustaba nada ser acicalados, sobretodo porque era inevitable no hacerles bastante daño. Especialmente a los perros pequeñois de pelo largo: tenían que sufrir un auténtico calvario cada semana para ser lavados, desenredados, estirados y secados. A veces los lavaban con agua helada "Es bueno para el pelo" decía Bertha. Luego los secaban implacablemente poniendo el secador directamente encima del perro durante mucho rato "El pelo debe estar casi ardiendo si quieres alisarlo, Violetta. AHORA!!! ESTIRA! ESTIRA DEL PELO! MAS FUERTE!" Parecía increible que la vieja yorkshire terrier hubiera logrado ser tan longeva. Después de una hora de torturas constantes sobre un animal de 4 kilos, le ponian perfume, un lazo, la sacaban de ese set de snuff movie y se lo devolvían a su arrogante dueña.
"A quien tenemos hoy para lavar, Violetta?" "Hummm, un westhighland terrier, lavar y cortar. Se llama Blasie" Bertha se quedó muy seria:" Violetta, Blasie es un perro imposible de controlar: hoy quiero que seas muy autoritaria". A las cuatro vino una familia con Blasie. Blasie era monísimo, blanco inmaculado y estúpido. Entró en la tienda y empezó a correr por todos sitios, ladrando, con la lengua fuera y mirando todo con sus ojos negros, redondos y vacios. "Blasie, no, Blasie, sientate, Blasie, quieto" decian sus dueños desganados...Blasie nunca estuvo educado ni nunca lo estaría, primero porque nadie lo había intentado y segundo porque era completamente imbécil: su asombroso pedigree se había logrado con cruces consanguíneos que harían ruborizar a la familia romana imperial más depravada. Por supuesto en cuanto lo vio, Violetta se arrodilló para jugar con él. Blasie se le subió al regazo lamiéndola y haciéndole un montón de daño con las uñas. Luego se meó en el suelo. "Ohhhh!" dijo Violetta "pobrecito, está nervioso!"
Pero Blasie ERA nervioso. Era un ser dominado por impulsos y respuestas nerviosas incontrolables. No entendía ninguna orden. Solo bañarlo fue un suplicio difícil de describir. Violetta empezó a cogerle manía y sentía una frustración creciente. Bertha tampoco lo estaba pasando bien. Ese perro siempre daba problemas, ella no paraba de lanzarle fuerte berridos, pero parecía que los gritos formaban parte del caótico mundo interior de Blasie. Las dos estaban completamente empapadas: había conseguido escaparse dos veces, correr con la lengua fuera chorreando por toda la habitación y tirar el carrito con los los peines. Bertha se había torcido el pie resbalando al intentar atraparlo. Violetta ni lo intentaba. Se quedaba inmovil e impotente con los ojos arrasados y su bonita melena lisa completamente mojada. Lograron aclararlo, ponerle suavizante y volverlo a aclarar. Pero cortarle el pelo fue un poema. Había que inmovilizarlo completamente como si el animal estuviera poseido por todos los demonios del infierno. "Vale Violetta, ya queda menos, voy a recortarle el pelo de la boca. SUJETALE LA CABEZA BIEN FUERTE." dijo Bertha cogiendo unas largas tijeras de acero.
Violetta le sujetó la cabeza con rabia. Sentía un gran odio hacia ese estúpido perro. Sujetaba el cuerpo entre los muslos. Blasie, o sus patas, imparables, intentaban escarbar en el suelo. Pero la cabeza estaba firmemente sujeta. Por unos segundos se quedó inmovil. Bertha comenzó a recortarle el pelo alrededor de la boca.
Todo sucedió muy deprisa.
El perro se revolvió como si recibiera una poderosa descarga eléctrica, Violetta se asustó y soltó la cabeza, Blasie sacó su rosada y larga lengua y Bertha cerró las tijeras de acero.
Cronológicamente lo primero fue el grito de Violetta, y casi simultáneamente los chillidos histéricos de Blasie retorciéndose de dolor. Bertha miró sus tijeras llenas de sangre, el trozo de lengua pegado al cuello de Blasie y cómo se escapaba de entre los muslos de Violetta.
El perro sangraba copiosamente mientras corría por la habitación. Violetta parecía sacada del Resplandor, completamente cubierta de sangre. El agua de la pila de ducha y de todo el suelo estaba completamente roja. Violetta sentía dentro de sus fosas nasales un estremecedor olor metálico de hemoglobina. Esto era demasiado, pensaba que iba a desmayarse de un momento a otro. Bertha estaba completamente desesperada corriendo detrás de Blasie, que no paraba de chillar como un loco, patinando sobre su propia sangre. Todo el pelo blanco estaba rojo, empapado. Bertha lo agarró por el cuerpo y lo levantó. Blasie pataleaba en el aire y agitaba la cabeza, salpicando las paredes.
"LLAMA AL VETERINARIO!!!!" Gritó Bertha. Violetta salió tambaleándose de la trastienda. Una señora que traía a su pomerania, lanzó un grito ahogado cuando la vio aparecer detrás del mostrador. La imagen de la muchacha ensangrentada y la banda sonora de chillidos de perro fueron mas que suficiente para abandonar el lugar.
Blasie no murió. Llegó el veterinario, cauterizó la herida, y a las dos semanas Blasie era el mismo animal hiperactivo y retrasado de siempre. Sus dueños parecían decepcionados. Al año siguiente lo sacrificaron y les dijeron a sus hijos que lo habían llevado a una granja donde lo habían sacrificado. Los niños pidieron una videoconsola.
A Bertha no le cerraron el negocio.Los dueños de Blasie nunca la denunciaron: parecían seguros de que la culpa había sido del perro. Bertha nunca olvidó a Violetta, pero conoció a una entrenadora canina y desde entonces viven juntas.
Violetta se matriculó al año siguiente en Derecho y se licenció con buenas notas. Antes de terminar sus estudios conoció a un atractivo empresario de 38 años que cayó rendido a sus pies. Ahora es inmensamente rica y tiene una gran finca con caballos, perros, gatos y ganado, de los cuales no tiene que ocuparse ella misma. Nunca cambió de peinado.
Cronológicamente lo primero fue el grito de Violetta, y casi simultáneamente los chillidos histéricos de Blasie retorciéndose de dolor. Bertha miró sus tijeras llenas de sangre, el trozo de lengua pegado al cuello de Blasie y cómo se escapaba de entre los muslos de Violetta.
El perro sangraba copiosamente mientras corría por la habitación. Violetta parecía sacada del Resplandor, completamente cubierta de sangre. El agua de la pila de ducha y de todo el suelo estaba completamente roja. Violetta sentía dentro de sus fosas nasales un estremecedor olor metálico de hemoglobina. Esto era demasiado, pensaba que iba a desmayarse de un momento a otro. Bertha estaba completamente desesperada corriendo detrás de Blasie, que no paraba de chillar como un loco, patinando sobre su propia sangre. Todo el pelo blanco estaba rojo, empapado. Bertha lo agarró por el cuerpo y lo levantó. Blasie pataleaba en el aire y agitaba la cabeza, salpicando las paredes.
"LLAMA AL VETERINARIO!!!!" Gritó Bertha. Violetta salió tambaleándose de la trastienda. Una señora que traía a su pomerania, lanzó un grito ahogado cuando la vio aparecer detrás del mostrador. La imagen de la muchacha ensangrentada y la banda sonora de chillidos de perro fueron mas que suficiente para abandonar el lugar.
Blasie no murió. Llegó el veterinario, cauterizó la herida, y a las dos semanas Blasie era el mismo animal hiperactivo y retrasado de siempre. Sus dueños parecían decepcionados. Al año siguiente lo sacrificaron y les dijeron a sus hijos que lo habían llevado a una granja donde lo habían sacrificado. Los niños pidieron una videoconsola.
A Bertha no le cerraron el negocio.Los dueños de Blasie nunca la denunciaron: parecían seguros de que la culpa había sido del perro. Bertha nunca olvidó a Violetta, pero conoció a una entrenadora canina y desde entonces viven juntas.
Violetta se matriculó al año siguiente en Derecho y se licenció con buenas notas. Antes de terminar sus estudios conoció a un atractivo empresario de 38 años que cayó rendido a sus pies. Ahora es inmensamente rica y tiene una gran finca con caballos, perros, gatos y ganado, de los cuales no tiene que ocuparse ella misma. Nunca cambió de peinado.
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