Conspiracy of Cats

Doom comes on little cat feet.

Wednesday, May 17, 2006


-Lo siento, pero no puedes venir, no te ha dado tiempo de arreglarte. Estás asquerosa.
Y se encaminaron hacia el carruaje mientras sus hermanastras adornadas como putas se reían maliciosamente. Los caballos partieron y ella se quedó un momento en la verja mirando como se alejaba la polvareda. Ah! Cuanto anhelaba ir! Aunque solo fuera una vez…sospechaba que si tan solo le daban esa oportunidad ella podría hacer algo, o podría suceder algo, que cambiara la trayectoria de su vida. Estaba molida de cansancio de todo el día, pero gustosamente habría aguantado cinco horas más en pie, oyendo la música, mirando los vestidos de las señoras aunque fuera desde una esquina del salón de baile, aunque hubiera tenido que fingir que era la doncella de la Señora, en lugar de la legítima Señora.
Al poco tiempo, el carruaje era una punto rodante en el camino, que subía y bajaba un paisaje de colinas onduladas rodeadas de bosque. Las últimas luces rosas y doradas del día se estaban extinguiendo, y en el cielo verdoso oscuro se iluminaron las primeras estrellas y una luna turbia y fantasmal. En las colinas podían verse claramente a las liebres saltando, excitadas por la primavera, peleando unas con otras, como practicando un antiguo rito. Era una noche cálida y hermosa. Pero nadie estaba ahí para señalársela. Desde la verja hasta la inmensa casa en ruinas, donde vivía sola con su madre y hermanas políticas, tenía un largo paseo por el jardín. Muchas de las habitaciones estaban cerradas. Se caían a pedazos. El servicio hacía seis años que había sido despedido. El jardín era una selva donde las refinadas plantas que cuidaba su madre se habían vuelto salvajes , de forma que las peonías crecían entre frescas ortigas y menta, los rosales eran árboles inmensos; orquídeas, tulipanes y dedaleras emergían entre los setos y las zarzas, pobladas de todo tipo de insectos y animales, que crepitaban entre la maleza.
Un gran peso colgaba del interior de su pecho: estaba anclado con garfios, y se abría paso en ella al caer. La pena la estaba rasgando, el aire y el polvo se le colaban dentro como si fuera un esqueleto. Cruzando un pequeño corral de gallinas durmientes, llegó a la mole oscura de la casa. Había luz en la cocina, y algunas brasas encendidas. Llenó un platito con leche, fue hasta el cerezo, cuajado de flores, y lo depositó en la base del árbol, para los erizos y las alimañas del jardín. También desmigó pan alrededor.
Cerró los ojos, y se pinchó, sin mirar, la dura yema del dedo con una aguja que siempre estaba en su delantal, y sobre el tronco, en el mismo sitio liso de siempre dibujó las runas que dibujaba su madre:
Peorth. Wyn. Ys. Beorc.
Se volvió a la cocina, apagó las brasas y se metió dentro de las cenizas de la chimenea, muy al fondo. Se embadurnó los brazos y la cara. Solo entonces comenzaron a arderle los ojos y pudo llorar en paz hasta que se quedó dormida.
Pero al cabo de un rato se despertó agitada y cubierta de sudor. Los cantos de los grillos eran muy fuertes. Se podía sentir a los pequeños animales frotando su abdomen incesantemente. Los chirridos se superponían unos sobre otros en un único “cri” constante, de manera extrañamente melodiosa, siempre había uno alto y los demás descendían con suavidad. Parecía como si la llamaran. El jardín estaba iluminado por la luna como de día y hacía calor como si fuera de día. De hecho, la luna estaba muy cerca esa noche, y también se la podía oír, como un sonido sordo, un sonido de imán eléctrico. El jardín olía de manera distinta, a flores que no crecían allí, o quizás si, pero olía a todas a la vez. Tuvo miedo. Se iba a dar la vuelta cuando sus ojos repararon en algo que había entre las ramas del cerezo. Una persona estaba subida entre las ramas, vestida de oscuro. El pánico le dijo: huye. Pero antes de poder moverse, se mareó de miedo y notó cómo se le cerraba la garganta y se le erizaba la piel, al ver como la silueta se desprendió de las ramas floridas , igual que un trapo y flotaba en la oscuridad bastante deprisa en su dirección. Y justo cuando la tocó el primer rayo de luna ¡Flash! El trapo se abrió y se desplegaron cuatro pares de alas de libélula, que hacían flotar un mar de gasas azul oscuro, que vestían a una extraña diosa radiante, mucho más alta que un ser humano normal.
Ella cayó de rodillas aturdida ante la aparición. Rápidamente comprendió que la presencia no era hostil, y su rostro , enmarcado por una cabellera azul, era hermoso y amable. La soberbia cabeza estaba tocada con una estrella resplandeciente, que flotaba a escasos centímetros de su frente. La sonrió y comenzó a hablar.
De su boca salió la música de los grillos que la había despertado. Aunque ella la comprendió perfectamente:
"-Soy tu Hada Madrina. Y aunque no lo creas, siempre he cuidado de ti: vas a ser Reina.
Yo te ayudaré a ir al baile, pero no hay mucho tiempo.Trae la calabaza más grande del huerto."

Ella le obedeció. Fue al invernadero del huerto, cortó una enorme calabaza y la llevó en brazos junto al Hada.

Le daba miedo mirarla directamente. Era extremadamente bella, pero en ocasiones despertaba la misma sospecha que se tiene al ver desde arriba ciertos insectos con caparazones bonitos o ciertas criaturas marinas: que por debajo, o de lado, serán espeluznantes. El Hada inspiraba un pánico reverencial, pero tenía la piel suave y perfumada. Estaba tibia y empolvada con talco. El Hada la acarició, y con sus manos se borró la ceniza. Le desabrochó el vestido, y harapo tras harapo la dejó completamente desnuda.
Le quitó la ajada toquilla de lino, tiznada de carbón. Desenrolló de lo alto de su cabeza la trenza vendada, que daba varias vueltas. Al quitar la tela, el pelo se desparramó como un líquido dorado hasta alcanzar sus rodillas, y flotaba por la vibración que emitía el Hada.
"-Cierra los ojos."

El Hada le apoyó su mano sobre el pecho , y de la manga de gasa, bajaron en espiral cientos de pequeñas arañas cristalinas, que se diseminaron por el cuerpo desnudo, tejiendo rápidamente, bajo las indicaciones del Hada, un vestido maravilloso a la moda del momento, con murciélagos blancos bordados y flores. El Hada le regaló una gruesa mariposa nocturna que se posó en su pecho y se transformó en un broche de nácar y diamantes, y unos zapatos de cristal.

“Ve a buscar la trampa para ratones. Hay seis. Tráelos.” Los liberó junto a la calabaza, y el Hada los señaló para convertirlos en una carroza de oro batido y seis corceles rubios con la piel tostada. El conjunto emitía un delicado olor a toffe caliente.

“Solo tienes hasta la medianoche. Todo lo que tengas que hacer, hazlo antes, pues en ese tiempo estás bendita y nada puede fallar. Con algo de suerte, cuando pasen las doce, habrás vuelto a casa siendo la Cenicienta de siempre, pero el mundo ya nunca volverá a ser igual.”




WARNING: Never enlarge the moth.
 
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