Here comes the Summer´s Son
¿Quién fuiste?
El dios de oro era el que me urgía
él cantaba y gritaba
mi voz era su voz, no era la mía
su calor me abrasaba.
A.S. Byatt, aka Christabel la Motte, de Posesión
Ha llegado el solsticio de verano y mi Musa se ha vuelto perezosa y protestona. Solo piensa en los quince primeros días de agosto, en los que va sl apartamento de la playa que le ha dejado su hermana Calíope. Tal es el punto al que ha llegado abandonando sus funciones inspiradoras que Conspiracy of Cats anuncia si no un cierre veraniego, una considerable reducción de la cantidad de posts. No obstante, os invito a pasaros de vez en cuando para ver si la Musa y yo hemos cambiado de opinión, o en caso de que no, para ver los gatitos de la barra del título.
Como compensación, os dejo con un cuento un poco largo (vale, es larguísimo)por si os lo queéis leer a trozos o lo que sea. Ysbrand os manda besos rasposos y os agradece, emocionado hasta el maullido lastimero, estos meses de visitas regulares.
Melia cerró las puertas de la casa. Cada uno se fue a su habitación como de costumbre para dormir la siesta. Allí encontrarían su camisa de dormir de hilo perfectamente plegada sobre la cama, y dedicarían la hora de los insectos a descargar un sueñecito o retozar con alguien entre las sábanas. Con las persianas previamente echadas por Melia.
Pero Crise no tenía sueño. Su único pensamiento era dirigirse al bosque del este y recoger flores de balsámica para su herbolario, que confeccionaba desde que comenzó la especialidad de Botánica. Se metió vestida en la cama y cuando pasó un tiempo prudencial se dirigió a la cocina, que era la única puerta que se quedaba abierta a mediodía, por la política radical de Melia de que no dormir la siesta era extremadamente perjudicial para el organismo.
En efecto Melia estaba en una butaca junto a la puerta, a la sombra, con la cabeza echada hacia atrás y la barbilla descolgada, emitiendo suaves ronquidos. Crise salió de puntillas. Solo la vieron los gatos, pero no dijeron nada. Simplemente la miraron medio dormidos.
A lo mejor no había sido buena idea. El sol brillaba implacable, apenas podía mirar al frente de tanta luz. Menos mal que había cogido el sombrero, además de las tijeras y la prensa de flores. Pero en el bosque hará sombra, se dijo.
Qué calor. La cigarras sonaban tan fuerte que Crise las imaginaba al rojo vivo, frotando sus abdómenes furiosamente, secas y crepitantes. Moscas, abejas, mariposas enormes, avispas y libélulas azules metalizadas se cruzaban constantemente en su camino. La atmósfera era definitivamente opresiva e inhóspita. Al cabo de unos minutos estaba agotada y sedienta. ”¿Me vuelvo?”. El camino polvoriento y pedregoso la deslumbraba de blanco. Estaba en una parte alta del monte y se veía bien el pueblo. Todas las calles vacías, ni un ruido humano. El zumbido de alas transparentes y secas la hipnotizaba y le ponía nerviosa. ”¿Me vuelvo?”. Pronto estaba espantando insectos o inexistentes o demasiado lejanos ya para molestarla. Pero lejos de desanimarse, no se rindió: la balsámica solo florece a mediados de verano, durante pocos días. Tan rara, tan preciosa.
Ni un alma en el camino que se interna en el monte. Solo insectos y polvo. No obstante se sentía observada. “Con este calor no me extrañaría encontrar un escorpión o una serpiente”. ¿Hay alguien al acecho? ¿Las Señoritas?.
Al cabo de lo que parecieron horas entre olivares y campos de espigas amarillas, se empezó a vislumbrar la mancha oscura y sombría del bosque.
Cuando por fín la recibieron las encinas y los pinos, el aire se refrescó. Un poco más adelante había una fuente natural que bajaba de un promontorio de rocas y creaba un estanque pequeño y profundo, de agua helada y limpísima. Allí pudo beber y refrescarse. Se mojó el pelo y los brazos y siguió adelante, más animada.
El sotobosque era fresco y luminoso. Aunque por mucho que buscaba, no daba con ninguna mata de balsámica. Pero la balsámica necesita el calor de agosto y la sombra de lo más profundo del bosque.
A los ruidos de las cigarras se sumaban de vez en cuando los murmullos de las ramas agitadas, tal vez el crujido de las agujas de pino secas del suelo. ¿O eran sus pisadas? Lo estaba imaginando todo, seguro. Las Señoritas no existen.
También empezó a preguntarse si la balsámica tampoco existía.
Se internó aún más en el bosque, siguiendo lo que parecía una senda natural bastante clara, pero pronto la espesura empezó a cerrarse. Los árboles eran muy altos y los ruidos de las cigarras sonaban más amortiguados, más lejanos. Luego ya no había cigarras. A veces un pájaro. “Sabré volver, supongo. Me he alejado mucho”. Sin embargo la flora criptógama la mantenía distraída y la alentaba a seguir. Recogió algunos helechos raros. Y unas pequeñas cáscaras de huevo muy enteras, de un precioso verde azulado. Olía menos a resina y más a hojas podridas, a flores y a humedad, un olor subyugante. “Que oscuro está. Es mediodía y parece que anochece”,pensó. Se paró un instante en un claro. La bóveda de ramas estaba muy alta sobre su cabeza. Los arbustos ya escaseaban, incapaces de crecer con poca luz. Solo había algunos helechos muy grandes y una sucesión sin fin de troncos esbeltos, como la sala de una catedral llena de pilares. A su alrededor de repente no había senda alguna. Solo bosque abierto y oscuro. Y silencio.
Giró sobre sí misma un par de veces y fue su perdición. No recordaba por donde había venido. Le costaba concentrarse, pero no por estar aturdida de calor , sino por estar demasiado despierta. Alerta. La excitación la mantenía tensa como un arco, porque su cuerpo había reaccionado a algo antes que su mente. Un acto reflejo. Por fin un pensamiento se cruzó fugaz; más bien una certeza: “No estoy sola”.
-¡¿Quién va?!- dijo fuerte. Pero las ondas de sonido parecían no propagarse. Pensaba que su voz moría a poca distancia de ella. En alguna parte unas ramas hicieron ruido.
-Me estás siguiendo.-Una afirmación para sí misma, más que una pregunta.
-Tengo unas tijeras. Las usaré, te advierto.
Anduvo unos metros más. Pero se congelaron sus pasos cuando de repente llegó a su naríz una fuerte emanación. El olor a bosque, pero concentrado, y quizás a violetas (¿en agosto, violetas?) y a estiércol de caballo. “Debería olerme mal”. Y a pelo. A establo. A la ropa sudada de Helios. A los cuerpos de los labradores cuando volvían del campo y se cruzaban con ella.
Una respiración contenida. Crise, muy asustada, giró violentamente sobre sí misma, empuñando las tijeras. No podía fijar la vista en ningún punto. Sí, entre los helechos algo llamó su atención. Unos ojos almendrados, castaños, húmedos y perfilados de negro. ¿Los ojos de un viejo? De un ciervo?
El espía dio un paso al frente. Tenía cuernos. Crise lanzó un grito y de paso tiró las tijeras, mientras arrancaba en una frenética carrera. “¿hacia dónde?” Da igual, lejos de esa cosa.
Lo que fuera la seguía a gran velocidad, y eso que Crise era muy rápida corriendo. Ella oía las fuertes pisadas sobre las hojas, y una especie de bramido ronco….¿lo imaginaba o era una risa?. Al final la criatura hedionda le dio alcance. Saltó sobre ella, y la tiró al suelo de espaldas.
Su olor tan fuerte no la repelía. Una mano de hombre se metió debajo de su falda. “Van a violarme”, se avisó a sí misma. Qué tacto más raro tenía. Estaba caliente y dura como cuero. El monstruo sacó la mano de entre sus piernas y le dio la vuelta. Bocarriba pudo verlo mejor.
“¡Es un sátiro! Es un sátiro y los sátiros violan ninfas.”
Su rostro era básicamente humano. La piel de un marrón terroso, con las ventanas de la naríz anchas y abiertas y la boca carnosa, con el labio superior hendido como los de una cabra, como si estuviera conectada con la naríz, y los huesos de la cara estaban pronunciados en la mandíbula y los pómulos. Los ojos más grandes que los de una persona normal, almendrados y rasgados hacia arriba. Húmedos. En las sienes nacían los cuernos retorcidos de cabra montés. El pelo era duro, ondulado en bucles negros y gruesos. Las orejas peludas, indudablemente de cabra. El sátiro sonrió, mostrando unos dientes cuadrados demasiado grandes. Sacó una lengua larga y violácea y le lamió en el cuello. Estaba caliente. Apestaba a establo.
“Seguro que cojo piojos”.
Ella se echó un poco hacia atrás, incorporándose sobre sus codos para verle un poco mejor. El sátiro se levantó, como si supiera lo que ella quería. Visto detenidamente, el sátiro no era tan feo. Una vez habías asumido que era un híbrido, claro. De hecho su cuerpo era predominantemente humano hasta las rodillas: peludo y musculoso. El sátiro se dio la vuelta y Crise vio sorprendida cómo de entre las poderosas nalgas surgía un rabo de cabra peludo, donde terminaba la cresta de crines que le recorría la columna vertebral. Sin poder contener su curiosidad científica, Crise tocó la cola, que se movió como la de un perro contento. El sátiro volvió la cabeza hacia ella sonriente y lanzó un balido. Volvió a ponerse de frente con su sexo enhiesto y enorme. “Pienso que eso también es de animal”. El sátiro se puso de rodillas, con un muslo a cada lado del abdomen de Crise y se agazapó para lamerla de nuevo.
Crise no estaba cómoda, evidentemente. No le parecía bien. Pero tampoco quería escapar, primero porque era inútil, el sátiro siempre le daría alcance con sus córneas pezuñas. Y segundo, porque realmente siempre le había encantado como huelen los establos. El sátiro le arrancó la ropa. Le olió la cabellera y la boca. Le apretó los pechos blancos.
Pero el sátiro no la violó. Y no porque no quisiera, que ya estaba más que dispuesto a hacerlo (y durante el mayor tiempo posible): de repente pegó un salto hacia atrás, lejos de Crise. Estaba agazapado mirando a su alrededor con aspecto ofendido , o mejor, asustado. Lanzó un bramido ronco y grave. Se oían voces como ecos muy lejanos. Entonces, desde varias direcciones avanzaron raudos unos altos torbellinos, apenas densos, invisibles que levantaban las hojas del suelo, como si un reguero de pólvora fuese. El aire se hizo más fresco y húmedo, igual que después de llover. Los torbellinos rodearon al sátiro y parecían estar pegándole fuertemente por todo el cuerpo. Desde luego le dolía, porque balaba desconsolado, protegiéndose como podía, hasta que al final se dio la fuga.
Crise estaba boquiabierta. Los torbellinos de hojas pasaron a ser más bien una especie de aire densificado, como si vibrara deprisa haciendo más borroso lo que tenía detrás. Siluetas humanas? Imposible de decir bien, pues eran menos perceptibles cuando las miraba muy fijo, y parecían fluctuar constantemente. Toda la hostilidad que demostraron hacia el sátiro se tornó en amabilidad e invitación hacia Crise. Estar junto a esos seres le creaba la misma sensación exacta que un acogedor invernadero bien surtido de flores que crecieran tranquilas en perfectas condiciones. Ella se levantó y las Presencias se alejaron un poco. Cuando se paró, volvieron a acercarse y a alejarse. “Voy a seguirlas”. E hizo bien, porque la llevaron directamente a un oscuro lugar donde el suelo estaba alfombrado de balsámica , y después la condujeron fuera del bosque. Durante todo el tiempo, Crise tuvo ese sentimiento de quietud y felicidad. Al llegar a la fuente, las Presencias se metieron en el agua, y no pasó nada. Crise siguió su camino, pero se volvió un instante porque estaba segura de que vería allí a las Señoritas, que la habían defendido del sátiro, y allí estaban, sacando la cabeza parcialmente del agua, como en el cuadro de Waterhouse Hylas y las Ninfas.
“Y que criaturas tan preciosas y delicadas puedan pegar tan fuerte…”
Al llegar a la casa, cogió un vestido del tendedor, porque el suyo estaba rasgado y olía al hombre con cuernos. Tendría que coserlo a escondidas.
Esa noche, y muchas noches después, soñó que el sátiro apestoso terminaba lo que empezaba, y fantaseaba a menudo con él. Pero nunca más volvió a verlo, ni tampoco a las Señoritas.
¿Quién fuiste?
El dios de oro era el que me urgía
él cantaba y gritaba
mi voz era su voz, no era la mía
su calor me abrasaba.
A.S. Byatt, aka Christabel la Motte, de Posesión
Ha llegado el solsticio de verano y mi Musa se ha vuelto perezosa y protestona. Solo piensa en los quince primeros días de agosto, en los que va sl apartamento de la playa que le ha dejado su hermana Calíope. Tal es el punto al que ha llegado abandonando sus funciones inspiradoras que Conspiracy of Cats anuncia si no un cierre veraniego, una considerable reducción de la cantidad de posts. No obstante, os invito a pasaros de vez en cuando para ver si la Musa y yo hemos cambiado de opinión, o en caso de que no, para ver los gatitos de la barra del título.
Como compensación, os dejo con un cuento un poco largo (vale, es larguísimo)por si os lo queéis leer a trozos o lo que sea. Ysbrand os manda besos rasposos y os agradece, emocionado hasta el maullido lastimero, estos meses de visitas regulares.
Melia cerró las puertas de la casa. Cada uno se fue a su habitación como de costumbre para dormir la siesta. Allí encontrarían su camisa de dormir de hilo perfectamente plegada sobre la cama, y dedicarían la hora de los insectos a descargar un sueñecito o retozar con alguien entre las sábanas. Con las persianas previamente echadas por Melia.
Pero Crise no tenía sueño. Su único pensamiento era dirigirse al bosque del este y recoger flores de balsámica para su herbolario, que confeccionaba desde que comenzó la especialidad de Botánica. Se metió vestida en la cama y cuando pasó un tiempo prudencial se dirigió a la cocina, que era la única puerta que se quedaba abierta a mediodía, por la política radical de Melia de que no dormir la siesta era extremadamente perjudicial para el organismo.
En efecto Melia estaba en una butaca junto a la puerta, a la sombra, con la cabeza echada hacia atrás y la barbilla descolgada, emitiendo suaves ronquidos. Crise salió de puntillas. Solo la vieron los gatos, pero no dijeron nada. Simplemente la miraron medio dormidos.
A lo mejor no había sido buena idea. El sol brillaba implacable, apenas podía mirar al frente de tanta luz. Menos mal que había cogido el sombrero, además de las tijeras y la prensa de flores. Pero en el bosque hará sombra, se dijo.
Qué calor. La cigarras sonaban tan fuerte que Crise las imaginaba al rojo vivo, frotando sus abdómenes furiosamente, secas y crepitantes. Moscas, abejas, mariposas enormes, avispas y libélulas azules metalizadas se cruzaban constantemente en su camino. La atmósfera era definitivamente opresiva e inhóspita. Al cabo de unos minutos estaba agotada y sedienta. ”¿Me vuelvo?”. El camino polvoriento y pedregoso la deslumbraba de blanco. Estaba en una parte alta del monte y se veía bien el pueblo. Todas las calles vacías, ni un ruido humano. El zumbido de alas transparentes y secas la hipnotizaba y le ponía nerviosa. ”¿Me vuelvo?”. Pronto estaba espantando insectos o inexistentes o demasiado lejanos ya para molestarla. Pero lejos de desanimarse, no se rindió: la balsámica solo florece a mediados de verano, durante pocos días. Tan rara, tan preciosa.
Ni un alma en el camino que se interna en el monte. Solo insectos y polvo. No obstante se sentía observada. “Con este calor no me extrañaría encontrar un escorpión o una serpiente”. ¿Hay alguien al acecho? ¿Las Señoritas?.
Al cabo de lo que parecieron horas entre olivares y campos de espigas amarillas, se empezó a vislumbrar la mancha oscura y sombría del bosque.
Cuando por fín la recibieron las encinas y los pinos, el aire se refrescó. Un poco más adelante había una fuente natural que bajaba de un promontorio de rocas y creaba un estanque pequeño y profundo, de agua helada y limpísima. Allí pudo beber y refrescarse. Se mojó el pelo y los brazos y siguió adelante, más animada.
El sotobosque era fresco y luminoso. Aunque por mucho que buscaba, no daba con ninguna mata de balsámica. Pero la balsámica necesita el calor de agosto y la sombra de lo más profundo del bosque.
A los ruidos de las cigarras se sumaban de vez en cuando los murmullos de las ramas agitadas, tal vez el crujido de las agujas de pino secas del suelo. ¿O eran sus pisadas? Lo estaba imaginando todo, seguro. Las Señoritas no existen.
También empezó a preguntarse si la balsámica tampoco existía.
Se internó aún más en el bosque, siguiendo lo que parecía una senda natural bastante clara, pero pronto la espesura empezó a cerrarse. Los árboles eran muy altos y los ruidos de las cigarras sonaban más amortiguados, más lejanos. Luego ya no había cigarras. A veces un pájaro. “Sabré volver, supongo. Me he alejado mucho”. Sin embargo la flora criptógama la mantenía distraída y la alentaba a seguir. Recogió algunos helechos raros. Y unas pequeñas cáscaras de huevo muy enteras, de un precioso verde azulado. Olía menos a resina y más a hojas podridas, a flores y a humedad, un olor subyugante. “Que oscuro está. Es mediodía y parece que anochece”,pensó. Se paró un instante en un claro. La bóveda de ramas estaba muy alta sobre su cabeza. Los arbustos ya escaseaban, incapaces de crecer con poca luz. Solo había algunos helechos muy grandes y una sucesión sin fin de troncos esbeltos, como la sala de una catedral llena de pilares. A su alrededor de repente no había senda alguna. Solo bosque abierto y oscuro. Y silencio.
Giró sobre sí misma un par de veces y fue su perdición. No recordaba por donde había venido. Le costaba concentrarse, pero no por estar aturdida de calor , sino por estar demasiado despierta. Alerta. La excitación la mantenía tensa como un arco, porque su cuerpo había reaccionado a algo antes que su mente. Un acto reflejo. Por fin un pensamiento se cruzó fugaz; más bien una certeza: “No estoy sola”.
-¡¿Quién va?!- dijo fuerte. Pero las ondas de sonido parecían no propagarse. Pensaba que su voz moría a poca distancia de ella. En alguna parte unas ramas hicieron ruido.
-Me estás siguiendo.-Una afirmación para sí misma, más que una pregunta.
-Tengo unas tijeras. Las usaré, te advierto.
Anduvo unos metros más. Pero se congelaron sus pasos cuando de repente llegó a su naríz una fuerte emanación. El olor a bosque, pero concentrado, y quizás a violetas (¿en agosto, violetas?) y a estiércol de caballo. “Debería olerme mal”. Y a pelo. A establo. A la ropa sudada de Helios. A los cuerpos de los labradores cuando volvían del campo y se cruzaban con ella.
Una respiración contenida. Crise, muy asustada, giró violentamente sobre sí misma, empuñando las tijeras. No podía fijar la vista en ningún punto. Sí, entre los helechos algo llamó su atención. Unos ojos almendrados, castaños, húmedos y perfilados de negro. ¿Los ojos de un viejo? De un ciervo?
El espía dio un paso al frente. Tenía cuernos. Crise lanzó un grito y de paso tiró las tijeras, mientras arrancaba en una frenética carrera. “¿hacia dónde?” Da igual, lejos de esa cosa.
Lo que fuera la seguía a gran velocidad, y eso que Crise era muy rápida corriendo. Ella oía las fuertes pisadas sobre las hojas, y una especie de bramido ronco….¿lo imaginaba o era una risa?. Al final la criatura hedionda le dio alcance. Saltó sobre ella, y la tiró al suelo de espaldas.
Su olor tan fuerte no la repelía. Una mano de hombre se metió debajo de su falda. “Van a violarme”, se avisó a sí misma. Qué tacto más raro tenía. Estaba caliente y dura como cuero. El monstruo sacó la mano de entre sus piernas y le dio la vuelta. Bocarriba pudo verlo mejor.
“¡Es un sátiro! Es un sátiro y los sátiros violan ninfas.”
Su rostro era básicamente humano. La piel de un marrón terroso, con las ventanas de la naríz anchas y abiertas y la boca carnosa, con el labio superior hendido como los de una cabra, como si estuviera conectada con la naríz, y los huesos de la cara estaban pronunciados en la mandíbula y los pómulos. Los ojos más grandes que los de una persona normal, almendrados y rasgados hacia arriba. Húmedos. En las sienes nacían los cuernos retorcidos de cabra montés. El pelo era duro, ondulado en bucles negros y gruesos. Las orejas peludas, indudablemente de cabra. El sátiro sonrió, mostrando unos dientes cuadrados demasiado grandes. Sacó una lengua larga y violácea y le lamió en el cuello. Estaba caliente. Apestaba a establo.
“Seguro que cojo piojos”.
Ella se echó un poco hacia atrás, incorporándose sobre sus codos para verle un poco mejor. El sátiro se levantó, como si supiera lo que ella quería. Visto detenidamente, el sátiro no era tan feo. Una vez habías asumido que era un híbrido, claro. De hecho su cuerpo era predominantemente humano hasta las rodillas: peludo y musculoso. El sátiro se dio la vuelta y Crise vio sorprendida cómo de entre las poderosas nalgas surgía un rabo de cabra peludo, donde terminaba la cresta de crines que le recorría la columna vertebral. Sin poder contener su curiosidad científica, Crise tocó la cola, que se movió como la de un perro contento. El sátiro volvió la cabeza hacia ella sonriente y lanzó un balido. Volvió a ponerse de frente con su sexo enhiesto y enorme. “Pienso que eso también es de animal”. El sátiro se puso de rodillas, con un muslo a cada lado del abdomen de Crise y se agazapó para lamerla de nuevo.
Crise no estaba cómoda, evidentemente. No le parecía bien. Pero tampoco quería escapar, primero porque era inútil, el sátiro siempre le daría alcance con sus córneas pezuñas. Y segundo, porque realmente siempre le había encantado como huelen los establos. El sátiro le arrancó la ropa. Le olió la cabellera y la boca. Le apretó los pechos blancos.
Pero el sátiro no la violó. Y no porque no quisiera, que ya estaba más que dispuesto a hacerlo (y durante el mayor tiempo posible): de repente pegó un salto hacia atrás, lejos de Crise. Estaba agazapado mirando a su alrededor con aspecto ofendido , o mejor, asustado. Lanzó un bramido ronco y grave. Se oían voces como ecos muy lejanos. Entonces, desde varias direcciones avanzaron raudos unos altos torbellinos, apenas densos, invisibles que levantaban las hojas del suelo, como si un reguero de pólvora fuese. El aire se hizo más fresco y húmedo, igual que después de llover. Los torbellinos rodearon al sátiro y parecían estar pegándole fuertemente por todo el cuerpo. Desde luego le dolía, porque balaba desconsolado, protegiéndose como podía, hasta que al final se dio la fuga.
Crise estaba boquiabierta. Los torbellinos de hojas pasaron a ser más bien una especie de aire densificado, como si vibrara deprisa haciendo más borroso lo que tenía detrás. Siluetas humanas? Imposible de decir bien, pues eran menos perceptibles cuando las miraba muy fijo, y parecían fluctuar constantemente. Toda la hostilidad que demostraron hacia el sátiro se tornó en amabilidad e invitación hacia Crise. Estar junto a esos seres le creaba la misma sensación exacta que un acogedor invernadero bien surtido de flores que crecieran tranquilas en perfectas condiciones. Ella se levantó y las Presencias se alejaron un poco. Cuando se paró, volvieron a acercarse y a alejarse. “Voy a seguirlas”. E hizo bien, porque la llevaron directamente a un oscuro lugar donde el suelo estaba alfombrado de balsámica , y después la condujeron fuera del bosque. Durante todo el tiempo, Crise tuvo ese sentimiento de quietud y felicidad. Al llegar a la fuente, las Presencias se metieron en el agua, y no pasó nada. Crise siguió su camino, pero se volvió un instante porque estaba segura de que vería allí a las Señoritas, que la habían defendido del sátiro, y allí estaban, sacando la cabeza parcialmente del agua, como en el cuadro de Waterhouse Hylas y las Ninfas.
“Y que criaturas tan preciosas y delicadas puedan pegar tan fuerte…”
Al llegar a la casa, cogió un vestido del tendedor, porque el suyo estaba rasgado y olía al hombre con cuernos. Tendría que coserlo a escondidas.
Esa noche, y muchas noches después, soñó que el sátiro apestoso terminaba lo que empezaba, y fantaseaba a menudo con él. Pero nunca más volvió a verlo, ni tampoco a las Señoritas.